Madrid, 21 de enero de 2013.- El presidente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, Marcelino Oreja, ha rendido tributo al académico de número Juan Antonio Carrillo Salcedo, fallecido el pasado 19 de enero. El texto, que puede leerse a continuación, se publicó ayer, 20 de enero, en el diario ABC.
JUAN ANTONIO CARRILLO SALCEDO,
EMINENTE PROFESOR Y HOMBRE BUENO
Aunque llevaba algún tiempo enfermo, la noticia de su fallecimiento me ha producido un terrible desgarro. Fuimos muy amigos desde hace 55 años.
Nos conocimos en la Academia de derecho Internacional de La Haya y siempre mantuvimos una estrechísima relación.
Desde el primer momento aprecié en él el rigor de su palabra, la amplitud de sus conocimientos, la brillantez de sus exposiciones que le valieron ya entonces el primer diploma “cum laude” de la Academia al que concursaban profesores de más de treinta nacionalidades de distintos países. Pero eso no es lo que más me impresionaba de Juan Antonio, lo que más admiraba era su integridad moral, su espíritu de justicia, su preocupación por los demás, su defensa de la verdad, su práctica de la solidaridad con todos y siempre.
Era un profundo cristiano, a veces crítico pero siempre fiel que recorrió España en los años 60 difundiendo la Pacem in Terris, apoyando el compromiso de la Iglesia con los más necesitados, defendiendo el compromiso social y aplicándolo en todos los momentos y circunstancias. Se sentía orgulloso de su profesión, Catedrático de Universidad, y ejerció su magisterio en Granada, Madrid y Sevilla. Su ilusión fue siempre ser profesor en Sevilla.
Era un ciudadano del mundo, un europeo de convicción, pero sobre todo un andaluz de Morón, donde vivía su madre por la que sentía veneración.
Al llegar yo al Ministerio de Exteriores en el año 76 le pedí que colaborase conmigo. Aceptó en el ámbito estricto de los Derechos Humanos y él fue gran protagonista en las iniciativas que entonces se adoptaron: la firma de los Pactos de Derechos Civiles y Políticos, el ingreso en el Consejo de Europa, el Convenio Europeo de Derechos Humanos y Libertades Fundamentales.
Poco después fue nombrado miembro de la Comisión de Derechos Humanos en Estrasburgo y finalmente Juez del Tribunal de Derechos Humanos. Compatibilizaba sus funciones judiciales con las académicas en sus clases abiertas y participativas en las que respondía con claridad y exactitud a alumnos y colaboradores.
Aceptaba con el mayor respeto las críticas y discrepancias, promovía siempre el diálogo y los comentarios de los que no pensaban como él.
Su concepción del derecho internacional giró entre otros muchos temas en torno a la gran cuestión del derecho humanitario y con toda justicia se le puede considerar el más grande defensor del proceso de humanización del orden internacional.
Para él la función del derecho internacional consiste en dejar de ser un orden exclusivamente distribuidor de competencias formales entre los Estados para ser un orden impulsor de condiciones espirituales, sociales y materiales de paz.
La dignidad de la persona y los fines humanos del poder ocupaban para el profesor Juan Antonio Carrillo Salcedo el orden supremo en los valores por lo que el Derecho Internacional contemporáneo debería configurarse como un principio constitucional de significación civilizadora y de alcance universal.
La Universidad española reconoció su trabajo con numerosos doctorados “honoris causa” y como ciudadano fue nombrado hijo predilecto de Andalucía. Era miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas donde participaba de forma muy activa y ahí quedan los testimonios de sus discursos, publicaciones e intervenciones. Hace sólo unos días nos envió a todos sus compañeros una excelente nota sobre las condiciones del ejercicio de la autodeterminación de los Estados de los que quedaba excluida Cataluña y lo razonaba con sólidos argumentos jurídicos no sólo de la Constitución sino del Derecho Internacional y en la Jurisprudencia de Naciones Unidas.
Pero lo más admirable de Juan Antonio era que por encima de reconocimientos, galardones y premios él siempre era el mismo. Sencillo, cordial, abierto, deseando apoyar a cuantos a él se acercaban interesándose por ayudarles y atenderles con su infinita bondad.
Tuvo siempre a su lado una mujer excepcional, Matilde, una andaluza alegre, simpática, dadivosa, gran escritora, y de rica sensibilidad. Con ella, con sus hijos, y sus amigos y con cuantos a él se acercaron a su paso por el mundo fue haciendo el bien y respetando a todos y defendía con cordialidad pero con firmeza sus principios y valores. Su muerte nos deja huérfanos de un amigo entrañable. Pero sabemos que su intercesión no debe faltarnos y su recuerdo nos ayudará a acercarnos a ese ejemplo que nos dejó a lo largo de su vida.
Marcelino Oreja Aguirre
Presidente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas