En julio de 1923 aparece el número 1 de la Revista de Occidente, y como homenaje a esa inminente conmemoración he redactado estas páginas. Un ejemplar que se cierra con el anuncio del libro La decadencia de Occidente de Ostwald Spengler, libro que, me atrevo a pensar, es la referencia obligada de la misma revista. Prueba de la importancia que le daba Ortega es que, cuando un año antes, en 1922, edita la Biblioteca de ideas del siglo 20 -que pretende reunir las cinco obras más características del tiempo nuevo-, incluye entre los seleccionados el libro de Spengler en traducción de García Morente
En todo caso lo que Ortega no discute es lo acertado de la traducción que Garcia Morente hace del título de Spengler, ampliamente discutida: Der Untergang des Abendlandes, La decadencia de Occidente. Pues Untergang, ¿es decadencia, o es hundimiento? Mas bien lo segundo. Sin embargo, Spengler no pretendía describir una catástrofe sino un «crepúsculo» o «puesta de sol». Sonnenuntergang en alemán significa puesta de sol, y Abendland significa literalmente «tierra del atardecer». En 1921, Spengler escribió que podría haber usado la palabra Vollendung, que significa ‘cumplimiento’ o ‘consumación’. “Realizar completamente una acción”, dice el DRAE de la palabra “consumar”. Consumar es al tiempo éxito y extinción, extinción por éxito, no por fracaso.
Hubiera sido un acierto pues, aparte de haberle ahorrado muchas críticas, habría acertado. Al menos la coyuntura actual es más bien consumación que hundimiento y, si se trata de una decadencia, lo es relativa, no absoluta, como he tratado de argumentar en mi libro Entre águilas y dragones.
Libro en el que no perdí el tiempo intentando precisar el concepto de “Occidente”. Como señala el politólogo francés Dominique Moïsi, puede que norteamericanos y europeos ya no sepan qué significa para ellos Occidente, pero el resto del mundo sí lo sabe. Y de ese sujeto histórico, hoy puesto a prueba en Ucrania, habla esta ponencia.
Que comienza analizando la Era de Europa, aupada por la invención de la ciencia en el siglo XVII, ciencia que da lugar a la revolución industrial y a un potente crecimiento europeo. El resultado es que durante al menos trescientos años la historia del mundo todo (de América, Asia o África) se ha escrito en Europa. Que sin embargo se suicida en dos guerras civiles que acaban siendo mundiales, y que dan lugar a dos fenómenos que continúan: de una parte la descolonización del mundo del poder europeo; y de otra la misma colonización de Europa por dos potencias extra europeas, a saber, los Estados Unidos y la Unión Soviética. Pero la colonización de Europa es solo el comienzo pues sobre ello hay que añadir la emergencia del mundo descolonizado, una emergencia aupada por dos variables: de una parte la divergencia demográfica entre el este y el oeste, que se solapa con una convergencia tecnológica en la misma dirección. Los países que reciben las nuevas tecnologías crecen rápido y algunos, singularmente China, retan en este momento la antigua hegemonía occidental.
Sin embargo la influencia de Occidente continúa a pesar de la pérdida relativa de poder geopolítico y se manifiesta sobre todo en tres instituciones que son otros tantos vectores de la modernización del mundo. Hablo del Estado, y sobre todo del Estado democrático. Hablo también de la economía de mercado, que al igual que el Estado democrático, carece hoy de alternativa alguna. Y habló finalmente, y sobre todo de la ciencia como modo y hábito de pensamiento, que da su carácter a la cultura moderna. La triada democracia, mercado, ciencia puede ser, a la postre, la principal aportación de la vieja Europa a una civilización mundial claramente emergente. Triada que ha generado un largo periodo de paz, prosperidad y libertad como quizás no se ha conocido en la historia.