¿Tiene sentido hoy hablar del mito? ¿Nos lo permiten los extraordinarios e innegables avances técnico-científicos? Creo que sí por varias y muy densas razones. Primero porque pertenece al pasado más remoto y original, porque es tan antiguo como el lenguaje, lo que le  confiere un valor único como temprana creación del espíritu; es además la Carta Magna del origen de todas las grandes civilizaciones, de las índicas, asiáticas, mesopotámicas, semíticas, griegas y romanas. Segundo porque pertenece y vibra en energía en el mismísimo presente literario: Freud, Kafka, , Joyce, Borges T. Mann, Yeast, I. Calvino, Girodoux, P. Valery, Anouil, Rilke, T.S. Eliot, Sartre etc., algo en sí ya sobrecogedor, y esto sin citar a luminarias como Sófocles, Esquilo, Chaucer, Dante, Cervantes, Shakespeare, Tolstoy y Wagner; todos ellos  son grandes mitólogos que dinamizan los mitos en los dilemas, conflictos  e  inquietantes voces sin respuesta de la sociedad actual. Es además una imparable tendencia del espíritu que está penetrando y metamorfoseando cada vez más la conceptualización científica de la ciencia con la libertad simbólica y alegórica del mito. La preeminencia de la razón y de la ciencia flota también en ideología, en mito.

Tercero: porque el mito es un universal cultural objetivado y  dramatizado por grandes figuras míticas que proclaman verdades culturales de interés intrínseco relevantes hoy sobre identidad, libertad, justicia, tolerancia y derechos y obligaciones y, no menos importante, porque revelan estructuras profundas del predicamento humano sobre aporías, primeridades y ultimidades transcendentes, irreducibles a logos. Los isomitos o procesos imaginativos constantes, responden a preguntas por qué ante  el silencio aterrador del universo. El mito es algo muy serio. Cuarto: esas constelaciones míticas nos han enseñado desde hace milenios algo que la ciencia  comienza  a reconocer ahora: el valor intrínseco de la complejidad de lo humano y la dignidad de la incertidumbre, esto es, que la mismísima ciencia es un campo abierto a la interacción de los códigos hermenéuticos, simbólicos, culturales, proairéticos y endoxales. Paso a substanciar, en argumento antropológico, algunos de estos extremos o figuras de pensamiento.