México apoyó desde 1931 la instauración de la República en España.
Durante la Guerra Civil, el delegado de México ante la Sociedad de Naciones, Isidro Fabela, realizó múltiples intervenciones en favor del gobierno de la República. La posición de México giró en torno a tres ideas centrales:
1. La consideración de que se trataba de una rebelión militar.
2. A juicio del Gobierno mejicano, España era víctima de una agresión exterior.
3. Consideraron que era improcedente aplicar al caso de España el principio de neutralidad o no intervención.
Al organizarse las Naciones Unidas en la Conferencia de San Francisco, hubo una propuesta de la delegación mejicana de condena al régimen del General Franco y en consecuencia la negativa a admitir a España como miembro de la Organización. Se aprobó por aclamación.
Finalmente, el 17 de agosto de 1945, los republicanos españoles en el exilio se reunieron en México. Allí constituyeron unas Cortes y eligieron como Presidente de la República en el exilio a Diego Martínez Barrio.
Entre 1945 y 1975, México, aunque rehusó sistemáticamente el reconocimiento del gobierno español, suavizó su postura de facto.
La muerte del General Franco, el 20 de noviembre de 1975, aniversario de la Revolución mejicana, suscitó una serie de especulaciones sobre un eventual establecimiento de relaciones diplomáticas entre México y España.
El mes de febrero de 1977 recibí en el Ministerio una llamada telefónica del nuevo Canciller Santiago Roel nombrado ya Ministro. Mantuvimos una conversación muy grata y me preguntó qué pasos podíamos dar para llegar a una reanudación de relaciones.
El 17 de marzo por la tarde, en vuelo regular de Air France, llegaron a México, desde París el Presidente de la República en el exilio José Maldonado y el Jefe de Gobierno Fernando Valera.
Maldonado leyó dos cuartillas y concluyó diciendo: “el Presidente López Portillo y yo hemos convenido cancelar las relaciones diplomáticas que manteníamos ambos gobiernos.
Unos días después volvió a llamarme Santiago Roel para decirme que tenía todo preparado para celebrar nuestro encuentro el día 28 de marzo en París.
Redactamos de pleno acuerdo un comunicado. Cumplidas así todas las formalidades firmamos el acuerdo que representaba el final de una etapa.. En el intercambio de notas se expresa sencillamente la decisión de establecer relaciones diplomáticas y acreditar en la otra capital la misión diplomática permanente con rango de Embajador
El 26 de abril de 1977, antes de transcurrir un mes desde el restablecimiento de relaciones diplomáticas, acompañé al Presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, a su visita oficial a México.
En los discursos de los dos Presidentes, López Portillo y Suárez, destacaron el deseo compartido de apelar a los respectivos pueblos, español y mejicano, para justificar la idea del restablecimiento de relaciones.
Había llegado así la superación de las dos Españas. En palabras de Adolfo Suárez el principal eje conceptual no era otro, que el vínculo que nos une a un pasado histórico y a un patrimonio cultural y espiritual común.
Transcurridos unos meses de la visita de Suárez, el 9 de octubre de 1977, llegó a España el Presidente López Portillo.
En la cena que le ofrecieron los Reyes en el Palacio Real, don Juan Carlos expresó el agradecimiento por la hospitalidad mejicana a los exiliados españoles. Y dijo textualmente: “La acogida que allí se les brindó es causa de permanente agradecimiento y fuente de esperanza en futuras colaboraciones en todos los órdenes”.
El 11 de octubre se celebró un nuevo encuentro del Rey y el Presidente de México en las Islas Canarias con ocasión del Aniversario del Descubrimiento de América.
Un nuevo encuentro se produjo el mes de noviembre de 1978 con ocasión del viaje de los Reyes a México.
En el “Heroico Colegio Militar de México”, el Rey entregó en depósito una bandera de España y por la noche, en la cena ofrecida en su honor por el Presidente mejicano, se refirió a la necesidad de crear juntos, mejicanos y españoles, una realidad nueva capaz de expresar el sentido trascendente que nuestros pueblos tienen de la justicia, la libertad y la dignidad.
La excelente recepción que recibió el Rey don Juan Carlos en su visita a México en noviembre de 1978 pone de manifiesto que el pragmatismo con el que se habían enderezado las relaciones hispano-mejicanas era más que suficiente para mirar hacia adelante con determinación. España y México volvían a caminar juntos por la senda del entendimiento con el ánimo de fortalecer sus relaciones, especialmente económicas y financieras.
El reencuentro de nuestros dos países, después de cuatro décadas de distanciamiento oficial, estaba firmemente sustentado en la necesidad, primero, de superar enconos y enfrentamientos y, segundo, de encarar el futuro de manera conjunta.
La política y la diplomacia se ponían al servicio del particular control sobre el conocimiento del pasado, un control que, como en tantos casos, pretendía ser “una garantía para asegurar su supervivencia”.
España y México volvían a caminar juntos por la senda del entendimiento, con el ánimo de fortalecer sus relaciones, especialmente, económicas y financieras, en cuyo juego España sería un puente entre México y Europa, y México un vínculo de unión entre España y América, sin olvidar, claro está, la América del norte.
Los viajes oficiales, que se han venido programando desde entonces hasta la fecha, han servido para reafirmar una tras otra la tesis que aquí se presenta y en cada encuentro oficial entre España y México se ha venido reproduciendo el mismo discurso: nos une un pasado común, participamos de la misma cultura y el objetivo es siempre mirar hacia adelante.