La transformación tecnológica y digital en curso, conocida como Cuarta Revolución Industrial, ha abierto un intenso debate acerca de sus efectos sobre el empleo y el
Estado de Bienestar. Las opiniones al respecto están divididas. La evidencia de los últimos años indica que la robotización y la inteligencia artificial destruyen unos
empleos mientras se crean otros y aumenta la productividad, con efectos muy heterogéneos por industrias, ocupaciones y países.
Si en la Primera Revolución industrial no se rechazaron el ferrocarril, ni las máquinas de coser o de vapor, y en la segunda mitad del siglo XIX tampoco la electrificación,
hoy en pleno siglo XXI, carece de sentido oponerse a la digitalización. En la historia de la humanidad el desarrollo tecnológico ha sido un proceso irreversible, y de todos, autoridades públicas, académicos y en general toda la sociedad, depende que el beneficio sea general, y no se concentre sólo en algunos.
Las enseñanzas de la historia de las revoluciones tecnológicas y de la mejor teoría económica son claras. No tendremos éxito si nos allanamos impotentes ante los
robots, o si nos afanamos en destruirlos como furiosos neoluditas. Ni siquiera si intentamos vencerlos en una competición fútil en la ejecución excelente de tareas
rutinarias. Se trata de que los robots complementen nuestra capacidad única de creatividad, de pensamiento no estructurado y sináptico, de empatía, de conversación
compleja, de trato con personas, y de identificación de patrones. Habremos tenido pleno éxito cuando, en palabras de Levy y Murnane, seamos capaces de “bailar con
los robots”.
El reto para los ciudadanos, empresas y gobiernos consiste en potenciar y aprovechar de manera inclusiva todas las oportunidades que ofrecen las nuevas tecnologías en términos de bienestar y prosperidad. Es necesario un cambio de percepción en todos los ámbitos sobre los robots, la inteligencia artificial y el big data. Para afrontar esta nueva era tecnológica es necesario un rediseño profundo de las políticas de empleo, la educación y todas las medidas que garanticen la igualdad de oportunidades y la inclusión social.
A nuestra sociedad y sus instituciones les cumple irse modernizando a medida que progresa la tecnología, para que sus efectos disruptivos sean netamente
positivos y se pongan al alcance de todos las oportunidades de esta nueva era.