Hablar de Europa, “pensar” Europa parece obligado en un año —este 2017— que aúna, como mínimo, señalados aniversarios de la historia reciente y una apretada agenda de convocatorias electorales de ámbito nacional con amplia trascendencia para el conjunto.

 

Entre los aniversarios destacables, dos han sido repetidamente recordados. Uno, el sexagésimo del Tratado de Roma, que acaba de dar pié al premio Princesa de Asturias de la Concordia, haciendo buena, por cierto, la propuesta de nuestra Corporación. También ha habido ocasiones de recordar los primeros veinticinco años del Tratado de Maastricht, que se cumplieron el pasado febrero. Llama la atención, en cambio —déjeseme añadir—, que nadie haya reparado en los setenta que ha cumplido el Programa de Recuperación Europea, esto es, el Plan Marshall, cuya justificación y cuyas líneas principales —ayuda de Estados Unidos a condición de abrir en Europa la senda de la cooperación económica— las expuso el entonces Secretario de Estado en la Universidad de Harvard precisamente el 5 de junio de 1947, un momento clave para revertir el estado de postración —física y psicológica, material y moral— de todo un continente devastado por la guerra.

 

Por su parte, la agenda electoral apenas ha concedido respiro desde el pasado mes de marzo: primero en Holanda, después en Francia para elegir presidente de la República, entre medias en varios estados federados alemanes, continuando el incesante cuentagoteo en el Reino Unido, en Italia —escalón administrativo— y de nuevo en Francia para determinar la composición de la Asamblea Nacional, para desembocar cuando comience el otoño en las legislativas de la República Federal de Alemania.

 

Si a ello se suma la sucesión intermitente de los golpazos del terrorismo en varias de nuestras ciudades y capitales más renombradas, y se añade el inicio de la negociación del Brexit entre el Reino Unido y las autoridades de Bruselas, el tema resulta inesquivable.

 

Dos tipos de factores contribuyen a explicar la situación de encrucijada (de “crisis existencial” ha hablado J.P. Juncker) que vive hoy la Unión Europea: unos son de tipo “episódico” o sobrevenido (los efectos en merma de la cohesión social derivados de la Gran Recesión, las consecuencias del frustrado desenlace de la “Primavera árabe” y la vulnerabilidad e inseguridad de las fronteras meridional y oriental); otros, de tipo “estructural”, respondiendo a tendencias de largo plazo (“invierno demográfico” y problemas de calidad institucional de la democracia representativa):

 

Con todo, los meses más recientes registran un “reflujo oxigenante” en el proyecto europeo, tanto por la derrota en las urnas de partidos declaradamente eurófobos como por el reimpulso de proyectos y programas integradores antes bloqueados.