Se plantean varios debates surgidos en el seno de la iglesia católica respecto a la economía. En primer lugar, los derivados de la Escuela de teología moral de Salamanca, ante herencias derivadas de la Edad Media que respecto al tema del cobro de intereses. Después vendrá la llegada de la economía clásica y las dudas surgidas en Francia sobre como acomodar el mensaje de la Iglesia y los diversos planteamientos de Adam Smith y de David Ricardo. Todo acaba así con el enlace de estas cuestiones con la Methodenstreit y la inclinación hacia la postura que con Schmoller vinculará la Escuela histórica y la Verein für Sozialpolitik, que resplandece en la Renum novarum de León XIII, con referencias específicas a la reacción de Leroy Beaolieu. La crisis del 29, como consecuencia de la generalización de las criticas al capitalismo, que León XIII admitía, dieron lugar a la búsqueda de un sistema económico diferente, el corporativismo, con la encíclica Quadragésimo Anno de Pío XI. Su sucesor Pío XII fue el encargado de rebatir los planteamientos corporativistas de modo muy claro. A partir de ahí, culminando en el Concilio Vaticano II se advierte una presencia de derivados neokeynesianos, con admisión incluso, en el Obsservatore Romano de tendencias socializantes. Corresponde a Juan Pablo II, después de una reunión con economistas tan destacados como Arrow y Tobin la publicación de la encíclica Centésimus Annus que mereció un aplauso general en el terreno de los especialistas de la economía. La búsqueda de un enlace con la encíclica Populorum progressio de Pablo VI motiva, de nuevo, discrepancias con la mayoría de los economistas en relación con la Caritas in veritate de Benedicto XVI. Sin embargo, este pontífice atinó en diversas aportaciones efectuadas en sus discursos ante los empresarios. Se destaca, en fin, que en la propia evolución de la ciencia económica existe, como consecuencia de la aparición de puntos de vista diversos, lo que  lleva a hacer una declaración específica de la herejía donatista de la mano de San Agustín. Se concluye con una alusión a Marshall y al que este llamaba su “santo patrón”, y a dos estrofas del Mágnificat de María, que de modo claro sirven para enlazar lo que desea la Iglesia y la marcha de la vida económica.