La exposición del Prof. Tamames –titulada “Calentamiento global y cambio climático: la controversia sobre nuestro futuro ambiental”—, fue precedida por una introducción sobre los primeros planteamientos de la cuestión; por parte de Svante Arrenihus, químico laureado con el Nobel en Suecia, que a finales del siglo XIX ya se planteó que estaban en curso alzas de temperatura en la superficie del planeta, como consecuencia de las actividades industriales de la sociedad humana. Siendo Broecker, en 1975, quien por primera vez empleó la expresión calentamiento global para definir ese fenómeno con grandes consecuencias de alteración del clima. También se refirió el Prof. Tamames en esta parte de su disertación al Club de Roma –y a los informes dirigidos al mismo— que dio la alerta de los problemas más graves del entorno, no sin algunas exageraciones y faltas de perspectiva; en tanto que James Lovelock, con su hipótesis de Gaia, se ha permitido hacer predicciones muy alarmistas, si bien la referida hipótesis contiene elementos de gran interés.
En 1992 las Naciones Unidas, tras una serie de preparativos, y con los antecedentes científicos citados y otros muchos –sobre todo de la Oficina Metereológica Mundial que en su día creó el Panel Intergubernamental del Cambio Climático, o IPCC— reunió en Río de Janeiro su segunda conferencia sobre medio ambiente (la primera en Estocolmo, 1972), bajo la denominación de “Cumbre de la Tierra”. Congreso al que acudieron en representación de España el entonces presidente del Club de Roma, Ricardo Diez Hochtlaitner, y el actual Académico Ramón Tamames.
Fue allí, en Río de Janiero-92, donde se aprobó, pendiente de las ulteriores ratificaciones, la Convención Marco del Cambio Climático. Cuyos objetivos de reducir la acumulación de gases de efecto invernadero (GEI), se concretó después en el Protocolo de Kioto (1997); que finalmente entró en vigor en 2005, con dos propósitos: mitigación del efecto invernadero, a base de recortar las emisiones de GEI; y adaptación, recurriendo a las energías alternativas, favoreciendo el reciclado de toda clase de materiales, y buscando nuevos sumideros de carbono.
Sin embargo, el Protocolo de Kioto sólo ha sido aplicado por una treintena de países (la Unión Europea y poco más), que a día de hoy sólo suponen un 20 por 100 de las emisiones totales de GEI. Por lo cual su incidencia en el objetivo de no subir más de dos grados centígrados de la temperatura de la superficie del planeta respecto a la era preindustrial, ha sido mínima. De modo que la labor, tanto de la Conferencia de las Partes (COP) del Convenio Marco, como de los encuentros sucesivos de los socios activos del Protocolo, ha sido buscar una fórmula de alcance mundial: para que en el proceso de descarbonización de la sociedad humana, entren todos los países sin excepción, y entre ellos los más contaminadores que hoy no se someten a ninguna regla universal en esta materia: China, EE.UU., India, Brasil, etc.
Ese propósito podría estar dentro de la posibilidad de conseguirse en la COP-21, a celebrar en París en diciembre de 2015, cuando los 193 Estados de la ONU se pongan de acuerdo definitivamente para asumir, cada uno de ellos, compromisos concretos de reducción de GEI. Labor que tendrá que completarse, a base de conciliar los objetivos de Estado a Estado, con la meta global de no más de dos grados de subida de la temperatura, por la Secretaría del Convenio Marco, que tiene su sede en Ginebra. Un trabajo que empezará a partir del 1 de abril, pues existe el compromiso de que el 31 de marzo estén detalladas todas las ofertas individuales de los 193 países.
Si finalmente se aprueba el nuevo protocolo en 2015, en la conferencia que se celebrará en París, y en pro de la cual está trabajando activamente el gobierno francés, habría cinco años para ratificar el nuevo convenio, de modo que entrara en vigor en 2020, año de caducidad definitiva del Protocolo de Kioto.
De cumplirse tales expectativas (lo cual es factible después del acuerdo base EE.UU./China, conseguido en Pekín en la reunión APEC de noviembre de 2014), el avance para frenar el cambio climático sería formidable. De manera que podrían mitigarse problemas como la fusión de los hielos polares, la posible fuga de las ingentes reservas de metano del mar y de las tundras a la atmósfera, las secuelas de la acidificación de los océanos, los incendios masivos de los bosques tropicales, el envenenamiento de poblaciones humanas en las grandes ciudades de países como China, India, etc. etc.
En definitiva, el nuevo protocolo de 2015 podrá ser un gran paso adelante para la conciliación de la humanidad con el planeta azul; en la senda de la ética ecológica, que tiene una faceta sincrónica (solidaridad entre países avanzados y menos desarrollados en el tiempo presente), y otra más importante aún, de carácter diacrónico, consistente en la solidaridad de las generaciones actuales con las venideras. Todo ello en la idea de que el planeta Tierra no nos pertenece a sus actuales pobladores, sino que lo tenemos en usufructo para transmitirlo, en las mejores condiciones, a las futuras poblaciones humanas, a nuestros hijos, nietos, biznietos, tataranietos, etc.