La UE ha sido el gran experimento político europeo exitoso del siglo XX, tras los terribles fracasos de los otros dos grandes “experimentos” políticos (el comunismo y el fascismo), un éxito que debe ser destacado y que la propia experiencia española corrobora.
Para comenzar, la UE ha conseguido reforzar y extender ordenes políticos basados en el Estado democrático, el rule of law, la separación de poderes, una sociedad civil fuerte y el respeto a los derechos humanos. En segundo lugar, la UE ha conseguido reforzar y ampliar la prosperidad a toda Europa, la pobreza ha quedado atrás y hemos entrado, no en el bienestar, sino en la afluencia y, en ocasiones, incluso en la opulencia y el consumo ostentoso (aunque endeudado). Finalmente, Europa ha conseguido gozar de una seguridad jamás vista y no olvidemos que ese fue el objetivo del proyecto europeo, y nunca fue más cierto el comentario de Borges: no nos une el amor sino el espanto. Podemos pues decir con énfasis que jamás Europa ha sido tan prospera, tan segura, ni tan libre. Lo que no es poco, pues eso es todo lo que un ciudadano sensato puede pedir de un orden político: seguridad, libertad, prosperidad.
Pero incluso sus defensores no dejan de reconocer que la UE rinde por debajo de sus posibilidades. Y ello por numerosos problemas que recientemente se acumulan sin encontrar solución.
Comencemos por el primero. La UE sigue siendo un objeto político no identificado que se ha construido por la puerta de atrás siguiendo el método funcionalista. Recordemos la Declaración Schuman del 9 de Mayo de 1950: “realizaciones concretas” para generar “solidaridades de hecho”, tal debía ser “la primera etapa de la Federación Europea”. Pero el precio pagado por el funcionalismo ha sido construir Europa por la puerta de atrás, sin verdadera participación ciudadana, casi como un “subproducto”: algo que se alcanza tanto mejor cuanto menos se explicita. Y el resultado es un serio déficit democrático: la UE no responde ante los ciudadanos, no es accountable, y por ello es, además, incomprensible, opaca y burocrática. ¿La consecuencia? La dificultad para saltar desde la unión de mercado y monetaria a la unión política, desde las solidaridades de intereses a las solidaridades del espíritu, del mercado a la política.
Este es el problema central de la UE, la unión política, que se manifiesta y expresa en tres retos internos y otros tres externos. Veamos rápidamente los primeros antes de saltar a los segundos.
El primer reto de la UE actual es el de la profundidad, a saber: sobre qué ejerce su gobierno la UE, sobre qué manda la UE y sobre qué mandan los Estados. ¿Cómo tener unión monetaria sin control presupuestario, sin armonización fiscal y, sobre todo, sin gobernanza económica?
Junto al dilema de la profundidad, el de la amplitud de Europa, quizás el más visible. ¿Estamos ante una unión política de la región Oeste del continente euroasiático, una unión territorializada, como lo han sido siempre los Estados, y en ese caso cuales son sus fronteras? ¿O más bien se trata de un método nuevo de articulación de relaciones internacionales y resolución de conflictos? Es decir, ¿se trata de sustituir a los viejos Estados o de sustituir al viejo orden internacional westfaliano? La cooperación europea, decía Jean Monnet, “no es un fin en sí mismo sino sólo una fase en el camino hacia el mundo organizado de mañana” Y ahora la UE sería una alternativa al sistema de Naciones Unidas, este basado en la soberanía de los Estados, la UE en la soberanía compartida.
Finalmente el tercer dilema afecta al modelo socio-económico, sin duda uno de los rasgos de la identidad europea ¿Se acepta el modelo de Estado de Bienestar franco-alemán, que sirvió muy bien en el pasado? ¿O se opta por un modelo anglo-americano, privatizado y des-regulado, que muestra ahora su peor cara? En todo caso la UE, que sin duda goza del modelo social más avanzado del planeta, debe preguntarse cómo puede pagarlo, y ello exige aumentar la productividad además de revisar radicalmente su demografía ¿Cómo generar una sociedad activa, dinámica y emprendedora cuando hay más abuelos (mayores de 65 años) que nietos (menores de 15)?
Pero vayamos a la UE vista desde fuera, a los tres dilemas externos.
“El principal reto de Europa –asegura Van Rompuy – …es como lidiar, en tanto que Europa, con el resto del mundo” Cierto, pues mientras la globalización fue esencialmente económica, se trataba de un juego de suma positiva. Pero hemos entrado en una segunda fase de la globalización, política tanto como económica, y la política –dice Van Rompuy- “es acerca de rapports de force; el poder es relativo”: si uno gana otro pierde y, por lo tanto es un juego de suma cero.
Y así, los tres últimos retos afectan a la UE como actor frente a otros actores en el escenario mundial
Vayamos por orden.
La pregunta es ya insoslayable: ¿es posible y realista “una” política exterior europea común que vaya más allá de lo que ha sido una práctica meramente “declarativa” sometida a la regla de la unanimidad? A estas alturas todos sabemos que, considerando la diversidad de intereses económicos y políticos, el peso de la historia colonizadora de los países europeos y su variada proyección geográfica, no parece tarea fácil. Déficit institucional interno que se dobla de inadecuación institucional externa, pues el sistema de Naciones Unidas es muy anterior a la UE y no la contempla, y así debemos preguntarnos: ¿renunciarían Francia e Inglaterra a su posición permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas a cambio de la presencia de la UE? Pero es todo el sistema de Naciones Unidas el que debería revisarse pues en el mundo, en los organismos internacionales o en las cumbres más variadas, como las del G8 o G20, tenemos muchos europeos.…pero muy poca Europa.
Pero además, ¿cómo respaldar esa política exterior? ¿Con qué fuerza? Europa ha sido un free-rider, un “gorrón” de la seguridad americana desde 1945. Porque no ha podido, porque no ha querido, o porque no la han dejado (que de todo hay), el resultado neto es que su seguridad ha dependido de un ejército ajeno que responde ante un taxpayer ajeno y otros intereses. Y así sigue. Con un PIB superior al americano nuestros gastos de defensa no llegan al 40% de los suyos. Y buena parte de ese cicatero gasto en defensa alimenta ejércitos clásicos, westfalianos, preparados para defender el territorio de ataques de vecinos, justo el escenario que la UE ha cancelado definitivamente. Pero además, ¿podemos seguir confiando en el big brother americano? Dudoso. Los Estados Unidos reorientan sus prioridades hacia el oeste, y más que el primer presidente negro de los Estados Unidos Obama es el primer presidente asiático. Estados Unidos –declaraba Obama en Canberra en Noviembre pasado- “es una potencia del Pacífico” donde “está para quedarse”.
Pero el tercer desafío externo es, sin lugar a dudas, el mayor: El principal problema de Europa no es ella, sino el mundo, pues mientras la UE camina, aunque sea a paso de tortuga, el mundo galopa desde hace décadas.
Algunos datos inevitables. En 1950, antes de ayer como quien dice, de los diez países más poblados del mundo seis eran europeos; hoy, de los veinte más poblados hay solo uno europeo, Alemania. Y en las próximas décadas Europa no solo no crecerá sino que decrecerá, y para el año 2050 o antes Europa toda será poco más del 6% de la población mundial (recordemos que llego a ser más del 25% buen parte del siglo XX).
En todo caso la consecuencia de esta demografía asimétrica entre Occidente (The West) y el Resto (The Rest), sumada a la actual Revolución Económica Mundial, es la emergencia de nuevas potencias económicas, que se doblan de potencias militares y estratégicas. Y así, Europa occidental que llegó a ser el 33% del PIB mundial en la época dorada de la Revolución Industrial, entre 1870 y 1913, ha descendido desde entonces a un 20% aproximadamente y sigue descendiendo. Mientras, China es ya la segunda economía del mundo que puede alcanzar a la de los Estados Unidos en un par de décadas. La India es la cuarta, Rusia la sexta, Brasil la octava, México la undécima, Corea del Sur la duodécima.
Y el poder económico se dobla en poder político y militar. China gana ya más votaciones en Naciones Unidas que Europa, cuando hace un par de décadas era al contrario. Y China o India, con ejércitos que son ya inmensos (de mas de 2,5 millones de hombres el de China), y nuclearizadas, están construyendo aceleradamente armadas oceánicas para asegurar las rutas de suministro de sus recursos.
Y concluyo. El 19 de septiembre de 1946, poco después de que callara el ruido de las armas, en su famoso discurso de Zurich, decía Churchill:
Hay un remedio que si se adoptara de una manera general y espontánea, podría cambiar todo el panorama como por ensalmo, y en pocos años podría convertir a Europa, o a la mayor parte de ella, en algo tan libre y feliz como es Suiza hoy en día. ¿Cuál es ese eficaz remedio? Es volver a crear la familia europea.
Pues bien, la “familia europea” ya se ha creado y Europa es tan “libre y feliz como Suiza”.
Pero aquel deseo contenía una profunda ironía que hoy vemos con claridad: el de transformarnos en una sociedad de alta calidad pero aislada y ensimismada: ser “la Suiza del mundo”. Un hermoso y elegante parque temático, bello, culto, sofisticado y decadente, un lugar ideal para vivir, donde los ricos del mundo enviaran a sus hijos a estudiar y mantendrán residencias secundarias, por si acaso, lleno de museos, operas y teatros, pero cerrado al mundo, aislado e irrelevante.
Octavio Paz nos describió así hace no mucho:
Lo único que une a Europa es su pasividad ante el destino. Después de la Segunda Guerra Mundial las naciones del Viejo Mundo se replegaron en sí mismas y han consagrado sus inmensas energías a crear una prosperidad sin grandeza y a cultivar un hedonismo sin pasión y sin riesgos.[1].
Libres y felices como los suizos, podía haber añadido Paz. Evitar que Paz tenga razón es nuestro reto inmediato. Y para ello debemos construir una nueva Europa después de la Era de Europa.