El objetivo de la UE proclamado en los Tratados es el de “una unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa”. Éste que es un objetivo loable sin duda, ha servido a veces de excusa para imponer una centralización de las decisiones europeas que a menudo ha ido más allá del deseo de los pueblos que la constituyen. Una falta de respeto a los principios democráticos ha resultado en un decisiones más cercanas al despotismo ilustrado que al principio de “subsidiaridad” que aparece en los Tratados. Así, la UE parece gustar de referendos cuando son refrendos. El Tratado de Maastricht sobre todo en lo que se refiere a la creación del euro y el Tratado de Niza se enfrentaron con notable oposición; y el Tratado Constitucional fue rechazado por los votantes de dos países fundadores. Pese a todo, estas normas siguieron adelante, en el caso de la Constitución por medio del Tratado de Lisboa. También es un síntoma preocupante el que la participación de los ciudadanos europeos en las elecciones al Parlamento decaiga año tras año. El déficit democrático preocupa a todos.
Sin embargo, la opinión de los europeos en general es favorable a la Unión, lo que parece contradecir este diagnóstico crítico. Cierto que expresan mayoritariamente deseos de que algunas cuestiones, como las pensiones y la deuda pública se reserven para la soberanía de los Estados-miembro, aunque no se les hace mucho caso. La garantía de que no se expulsará a ningún miembro da lugar a la aparición de “riesgos inducidos, en expresión actuarial. Hay que deslizarse bajo las apariencias para entender las causas del malestar europeo.
Como ocurre en toda organización, los delegados buscan su propio interés que no siempre coincide con el de los comitentes. Es éste un fenómeno estudiado por el enfoque “elección pública” o “public choice” iniciado hace más de cincuenta años por Buchanan y Tulloch. Los ejemplos abundan en la UE. Los responsables políticos y sus acólitos muestran opiniones harto distintas de las del público en general. Los funcionarios de la Comisión obtienen salarios más altos que lo normal en los Estados-miembro. La Comisión es más centralizadora que el Consejo. El Tribunal se inclina más veces a favor de la Comisión que de los apelantes. La UE constituye cárteles que socavan la competencia. El euro intenta imponerse por la fuerza, con peligro de forzar la salida del Reino Unido.
En mi intervención del año pasado canté el réquiem por UN euro. Ese euro ha muerto y revive otra moneda, inflacionista y política. Esto no es sino un síntoma de que en la UE se prefiere la centralización y la armonización, antes que la experimentación y la competencia.