El objetivo de esta intervención es doble. De una parte, profundizar en un tema que me ha interesado desde hace décadas, a saber, la relación existente entre el conocimiento científico de la realidad social, digamos la ciencia social, y de otro el conocimiento nativo, conocimiento de sentido común, relaciones pues entre el conocimiento esotérico y el exotérico. Y, de otra parte, el papel que en ese espacio juega la literatura, singularmente la novela, aunque no solo ella, como una suerte de mediador entre ambos y, en ese sentido, como una forma de conocimiento social alternativo al conocimiento científico, con frecuencia más preciso y enriquecedor y, siempre más formativo. 

La ciencia social se ha centrado en sus semejanzas o diferencias con la ciencia natural, esa es la tradición positivista y neopositivista, todavía dominante aunque en franca decadencia. La sociología ha tenido mucho cuidado en traspasar la barrera que separa la ficción de la no ficción y por ello rara vez ha mirado a la novela o la literatura como forma de conocimiento social.

Y sin embargo, lo contrario no es cierto. Es decir, si la sociología rechaza a la novela, la novela es, con no poca frecuencia, no sólo una excelente fuente sociológica, sino incluso un remedo de la misma sociología a la que sustituye incluso con ventaja. Y así, es imposible conocer la Francia de la segunda mitad del siglo pasado sin Balzac, Zola o Flaubert, la Inglaterra victoriana sin Dickens, la Rusia zarista sin Tolstoi o Dostoievski, el Portugal decimonónico sin Eça de Queiroz y, por supuesto, la España de la Restauración sin Pérez Galdós o Clarín, o el Madrid barriobajero sin Baroja . Todo ello se discutió con rigor en una memorable jornada de la Real Academia Española el domingo 7 de febrero de 1897 en el Discurso de recepción de Benito Pérez Galdós titulado, justamente, La sociedad presente como materia novelable, contestado por Marcelino Menéndez y Pelayo.

Como sabemos, en un excelente ensayo Lepenies argumentó que la ciencia social se halla a medio camino entre la ciencia dura y las humanidades, especialmente la literatura, abriendo así una doble brecha: entre la ciencia y la supuesta objetividad de la sociología, de una parte, y entre esta y la supuesta subjetividad de la literatura de otra. Cierto que en la sociología sólo debe hablar el mundo mismo y el narrador debe quedar silenciado y al margen, mientras que en la literatura siempre vemos el mundo a través de los ojos de un actor. Yo y mundo aparecen alternativamente como primer o segundo plano en sociología (primero el mundo) y en literatura (primero el actor). Pero ya el hecho de que están ambos ahí dados nos muestra que la diferencia es de grado más que esencial. Pues bien,  se trata de argumentar, en coherencia con Lepenies, que la novela se ubica a medio camino entre la ciencia social y el conocimiento de sentido común, con los que comparte muchas cosas; es pues –y esta es mi principal tesis- otra forma de conocimiento social pero realizada por actores y para actores, no como la ciencia social, hecha por observadores y para observadores.

Con mayor radicalidad lo ha señalado Milan Kundera: el conocimiento es la única razón de la novela,..surgida siempre de una pregunta sobre la sociedad humana. La novela (al igual que la sociología añado yo), es para Kundera la exploración del ser olvidado, de la realidad oculta e ignorada. Si la realidad social, el ser social, es producto de la acción humana, aunque no del diseño humano –y en ello coinciden desde Marx y Durkheim hasta Hayek o Popper-, de modo que la sociedad es opaca para quienes la constituyen (y por ello la sociología tiene como tarea el descubrimiento de ese ser social transformando la opacidad en transparencia, (“explorando el ser olvidado”), no otra es la tarea de la literatura. Y por ello ambas deben partir de la misma sospecha metodológica sobre el sentido común y las apariencias. Si (como dice Marx en El Capital) toda ciencia sería superflua si la apariencia y la esencia de las cosas coin­cidieran, y si (como asegura Durkheim en la primera de sus Reglas relativas a la observación de los hechos sociales, es precioso descartar sistemáticamente todas las nociones previas, todos los prejuicios, estereotipos, todos los idola), no de otro modo procede la novela: 

Eso me mueve a pensar – señala Milan Kundera – que el nacimiento de la novela arranca con la quema del velo de la pre-interpretación que cubre el rostro de lo concreto y que ese gesto incendiario constituye el acto fundacional del arte de la novela, gesto repetido posteriormente en cada novela digna de serlo. (M. Kundera, La desprestigiada herencia de Cervantes, en El arte de la novela, Tusquets, Barcelona, 1987.)

Por ser la novela la

gran forma de la prosa en la que el autor, mediante egos experimentales (personajes), examina hasta el límite algunos de los grandes temas de la existencia (M. Kundera, El arte de la novela, Barcelona, Tusquets, 2000, p. 158.)

La diferencia es que, si la novela hace explícita nuestra sociedad en sus dimensiones más ocultas, lo hace para el nativo, no para al experto. ¿Y qué es una novela sino un arquetípico modelo ideal-típico weberiano en el que, tras definir un entorno social típico y unos personajes típicos, se exhibe la lógica de ese juego, un modelo de simulación en toda regla, cuyos resultados, el desenlace, son una sorpresa para autor y lector del que extrae conocimiento? Las novelas se hacen a medida que se escriben, los personajes adquieren vida, desarrollan su propia lógica, su propia socio-lógica, sorprendiendo al escritor no menos que al lector. Ni uno ni otro saben bien cómo acabará la cosa. Pero cuando acaba, el lector ha realizado un viaje casi iniciático (y toda novela lo es) que es un aprendizaje, al tiempo moral y cognitivo de su entorno y de lo que puede esperar de él.

De modo que ciencia social y novela coexisten como dos modos del saber sobre lo social que tienen mecanismos de producción y audiencias bien distintas. Recordemos: la audiencia a la que el sabio se dirige determina el medio a usar, como decía Florian Znanieki. Pues el medio es eso, un camino para comunicar que depende de a quien hablemos, de modo que en función de la audiencia escogeremos uno u otro medio.  Pero, como señalaba McLuhan, el medio es el mensaje, el medio conforma y determina el tipo de mensaje. Y así tenemos dos mensajes distintos para dos medios de comunicación, y para dos audiencias claramente diferenciadas y separadas.