El arte contiene verdad, y de modo especial la poesía y la literatura en general. No sólo la filosofía y las ciencias son fuente de conocimiento, sobre todo si deseamos acercarnos a alguna de las cuestiones que desde siempre han venido interesando al hombre en relación con el sentido de su vida, cuestiones de “ultimidad” se llaman también, porque tienen que ver con lo esencial y más profundo, con aquello que al fin resulta ineludible considerar, ya que por tratarse de lo que nos es más originario, nos precede y nos sale una y otra vez al encuentro. Uno de los testimonios permanentes de los temas en que incide la reflexión, cuando se pregunta sobre la razón de ser de la vida humana, es la tragedia griega. Entre esos poetas trágicos el que más frecuentemente llama hoy la atención es Sófocles. Mi exposición sobre Metafísica y tragedia ha consistido en una serie de consideraciones en torno al Edipo Rey, centradas en los problemas siguientes: I. La relación entre apariencia y verdad Edipo es rey. No solo no lo duda nadie en Tebas, sino que posee un poder total y goza de un prestigio indiscutido. Lo que aparece, lo que está a la vista, coincide al parecer con la verdad misma, con lo que le legitima como rey. Poco a poco se va poniendo de manifiesto, sin embargo, que el reinado de Edipo es muy frágil, tanto que al fin no solo tiene que recibir el castigo que se merece por haber dado muerte a su padre y haberse unido en matrimonio a su madre. Sin tener idea de que era así, tiene sin embargo que asumir la responsabilidad y ejecutar contra sí mismo la sentencia, que él se impone, de privarse de la vista. De serlo todo pasa, por así decirlo, a no ser nada, desmontando lo que era solo en apariencia. II. Verdad empírica y normas transempíricas Que Edipo había dado muerte a su padre se podía demostrar a base de indicios. Lo demás –que era esposo de su madre y padre de sus hermanos- estaba a la vista incluso. Pero que ambas cosas fueran no solo censurables, sino de todo punto condenables, presupone que existen principios, válidos de antemano, que ha de aceptar todo individuo, todo aquel que ostenta la máxima autoridad. Que determinadas acciones tienen una gravedad mayor o menor depende de criterios y valores establecidos según sean las condiciones de cada época. Pero que no existe sociedad alguna capaz de subsistir sin el reconocimiento de principios y “valores” vigentes a priori, es algo incuestionable. III. la Justicia como principio supremo Al hablar de la tragedia griega se suele dar por válido el destino (Moira) como causa determinante y ciega de todo lo que antecede en el proceso de la acción dramática. Pero ese concepto es más flexible de lo que pudiera parecer. En algunos casos se lo invoca incluso como factor que puede ayudar a superar un conflicto extremo. El destino como cadena que lo envuelve y sujeta todo, como fatum, es una elaboración muy posterior del Estoicismo. Lo que sí se hace presente como principio que ordena el “cosmos” y pone las cosas en su sitio en el ámbito de la vida humana es la Justicia (Diké). La contemplación por el espectador de que al fin la Justicia se cumple y todo vuelve a su cauce debido es uno de los factores que provocan la katharsis liberadora. La relación entre metafísica y tragedia viene siendo estudiada ya desde hace décadas.