La historiografía de las últimas centurias ha estado dividida en varias tendencias, según los valores que considerara nucleares. En la historiografía tradicional se atendió sobre todo a la transmisión de los valores culturales y espirituales; el resultado es lo que hoy se conoce con el nombre de “historia de ideas”. Los historiadores del derecho hicieron hincapié sobre la importancia de la “historia de las instituciones”, en especial el Estado. Para ellos, lo que constituye una nación es el Estado y el articulado legislativo que genera. Y una historiografía más reciente, a partir de Marx, ha llamado la atención sobre la importancia de la “infraestructura económica”. Son diferentes estratos, pero de algo que es unitario, porque todo son “valores”.
Américo Castro no fue un historiador de la economía, ni tampoco un historiador de las instituciones. Un historiador de las instituciones fue, por ejemplo, Claudio Sánchez Albornoz, y precisamente a eso se debe su polémica con Américo Castro. Éste se mantuvo siempre en la “historia de ideas”, o en lo que hoy suele conocerse con el nombre de “historia de mentalidades”.
A Américo Castro le tocó sufrir bastante, precisamente porque quiso hacer historia de ideas y de mentalidades en un momento en que en la historia de España dominaban dos de esos modos distintos de entender la historia, el más moderno que ponía el acento en la infraestructura económica y el más clásico que se fijaba sobre todo en las instituciones y la ideología. Los primeros prácticamente ignoraron a Castro, considerándole puramente “ideológico”. Y los segundos, como Sánchez Albornoz, le combatieron.
Américo Castro estuvo muy influido en su concepción de la historia por Ortega y Gasset, que como buen filósofo pensaba que las ideas mueven al mundo.Y si alguna categoría es central en la obra de Ortega, es la de “vida”. La vida es inseparable de las “circunstancias”, y el resultado de eso, en el caso español, es lo que Castro llamó “vividura” y “morada vital”. Los españoles habrían ido construyendo un modo peculiar y específico de vividura, consistente en “vivir desviviéndose”, lo que explicaría las grandes hazañas espirituales de la “morada vital” de nuestro pueblo, y también nuestras grandes catástrofes, a la cabeza de las cuales Castro sitúa el guerracivilismo, que a él tanto le preocupó. Y cree encontrar los orígenes de este extraño fenómeno en el conflicto entre “castas” (judíos, moros y cristianos), patente en la Edad Media y latente en la Época Moderna. La “vividura” española se constituyó en esta lucha de castas, lo que hizo de España una nación excéntrica en la cultura occidental, quizá por su posición geográfica entre dos continentes, Europa y África, y dos mares, el Mediterráneo y el Atlántico. La Península Ibérica ha sido el punto de encuentro entre Oriente y Occidente, entre Roma y el Islam, la cultura cristiana y la musulmana, y a España no cabe entenderla más que como el resultado de esa fusión, que consiste tanto en “asimilación” mutua como en “confrontación”. Esta sería la riqueza y también la debilidad de nuestro modo de ser y de vivir, y por tanto de nuestra historia.